Samir corría agazapado mientras las rocas caían a su alrededor y el polvo se arremolinaba tras su apresurado paso. La pirámide se derrumbaba. Su hogar de los últimos meses se precipitaba sobre él.
Él era un Rakshasa, una raza a medio camino entre un felino, un humano y un demonio. Samir junto a otros de su raza había oído la llamada de ABARABONE, una llamada q hablaba de un nuevo orden, una llamada q hablaba de desatar grandes poderes y el control sobre ellos...y los rakshasa habían aceptado.
El dracoliche había sido su oscuro maestro durante estos meses, les había puesto en contacto con otros planos de existencia; planos remotos cuyos límites eran más indefinidos ahora, planos donde vivían confinadas criaturas de gran poder.
Ahora Samir respondía a la llamada desesperada de su maestro, la pirámide había sido atacada por un grupo de aventureros y Abarabone había sido derrotado. Los gritos del dracoliche resonaban en la cabeza de todos los de su raza, pero los semidemonios o había huido o estaban muertos. Todos menos Samir.
Esquivando los cascotes llegó hasta la guarída del difunto dragón, montañas de monedas de oro y plata colmaban la sala, Samir sabía q muchas de ellas eran fruto de ilusiones permanentes creadas por el propio Abarabone. La caverna había sido creada a través de la magia y parecía algo más estable q el resto del complejo. El techo de la caverna brillama con una mortecina luz fosforescente. En la parte noroeste de la guarída subía una gran colina de monedas de cobre ( la mayoría reales) donde el dracoliche poseía sus posesiones más valiosas, entre ellas se encontraban varios cofres, un gran espejo flotante que el difunto dragón consultaba a menudo, y un extraño orbe de luz negra, orbe q había hecho desaparecer limpiamente a más de un rakshasa díscolo.
Se veían los signos de una batalla reciente, y había zonas de monedas semifundidas y renegridas, y muchas salpicaduras de sangre. La parte superior de la gran colina cobriza era una superficie de piedra lisa rematada con una pared de piedra donde se había alojada una gran biblioteca, la biblioteca mágica del hechicero drágon.
Samir ascendió por la colina de monedas, sin aviso hubo un terrible estruendo, la tierra tembló y por un momento el rakshasa temió por si la colina se le venía encima...pero una voz en su cabeza le dijo q aguantaría. Y así fue. El silencio lo inundó todo.
Pasarón los segundos y de repente una voz retumbó en la cabeza del rakshasa, era la voz de su maestro...Samir giró su leonina cabeza y vio en la penumbra el brillo de unos ojos maléficos...se acercó a ellos solo para ver q eran los ojos en llamas del dracoliche. El cráneo putrefacto del dragón se encontraba rodeado de los restos de su cuerpo. Al parecer el dragón había sido destruido por el grupo de aventureros q habían atacado la pirámide.
El rakshasa quedó hechizado por la voz de su maestro, una vez más oyó de promesas de poder y gloria infinita mientras abría con dificultad las fauces del dragón y se introducía en la misma.
Samir se escurrio entre los restos putrefactos de carne, tendón y hueso, estiró su garra derecha y rebuscó entre los restos de lo q en algún tiempo fuera un brillante cerebro. Rebuscó un tiempo que se le hizo eterno entre la gelatina agusanada y fria hasta encontrar su objetivo, tiró del objeto q se encontraba allí sorprendentemente alojado y salió de la incomoda situación. Entre sus manos tenía una pequeña cajita de oro, platino y gemas engastadas. Se trataba de la filacteria de Abarabone.
Pasaron días, quizá semanas, en las que Samir siguió las ordenes de su mentor, trabajó sobre la filacteria en el laboratorio secreto del dracoliche, recitó conjuros imposibles para él, y leyó pergaminos q habrían vuelto loco a cualquiera q no contara con la ayuda de la voz q oía en su cabeza.
Y al fín lo logró, había trasformado la filacteria mediante la magia, la había reducido, reconvertido, corrompido y alterado, la había imbuido con magia necromántica siguiendo los minuciosos pasos del dracoliche, hasta obtener una pequeña piedra lisa multicolor, semejante a una guijarro de rio, de apariencia sencilla pero de gran poder. La piedra sería conocida como la Gema-Alma desde entonces.
Samir se dirigió al lugar indicado en la guarida de Abarabone, algunas partes se habían derrumbado con el colapso de la pirámide, pero consiguió llegar.
Allí estaba; el brillo fantasmagorico de unas velas moradas de llama permanente alumbraba la gran losa de mármol negro, la osamenta de lo en su día fuera un Bálor descansaba sobre ella.
Los Balor eran demonios de grandisimo poder, generales del inframundo, comandaban bastas ordas de demonios y eran temidos por sus grandes poderes, por su ambición y su ansia de sangre.
El rakshasa posó la gema-alma en la frente marchita del Bálor...la gema suelta al principio, de repente se fijó entre la piel marchita y el hueso del gran demonio...algo sorprendente sucedió entonces, como el agua q llena un estanque, así empezó a llenarse de sangre, venas y órganos la carcasa vacía q hasta entonces era el cuerpo de demonio. El restablecimiento fue completo cuando la rojiza piel cubrío los músculo y tendones...entonces respiró, una nube de ascuas y cenizas fue su primer aliento, su cuerpo se cubrió de llamas mientras se incorporaba con dificultad...una vez erguido prorrumpió en un tremendo rugido mientras extendía inmensas y correosas alas...con casi cuatro metros de alto el demonio era una imagen terrible.
Así fue como Abarabone encontró un nuevo cuerpo acorde a sus necesidades, y entre esas necesidades se encontraba la de la venganza; venganza por haberle destruido, por haberle humillado, y por haberle menospreciado.
Lo primero q hizo el renacido dracoliche fue ir donde su espejo mágico. Llamó por su nombre a los desgraciados hombrecillos q se había atrevido a casi derrotarle. Eran los emisarios de Tyr, un grupo q poco a poco se estaba dando a conocer entre las huestes del ejército Orochi.
Los nombró a todos, al enano Thorson, al hechicero Riku, al inefable Toshiro, al embaucador Angus, y los nombró todos los días, todos y cada uno de los días, con el mismo resultado, nada. Algo impedía el escudriñamiento mágico y la búsqueda dimensional. Esto frustaba enormemente a Abarabone, q privado de su plan, solo tenía una única meta en su vacua existencia, la venganza.
Pero un día todo cambió, al nombrar al humano guerrero mago Toshiro por fin lo pudo ver en su espejo, se encontraba no muy lejos de allí en unas minas olvidadas por casi todos, maniobrando en una vagoneta metálica y aparentemente solo. El resto no andaría muy lejos.
Abarabone sonrió y no lo pensó dos veces, recitó un conjuro de teletransporte.
Comenzaba la cacería.
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